jueves, 19 de diciembre de 2013

Vía Crucis: 11ª estación


Jesús es clavado en la Cruz

Decimoprimera cruz: Ser clavado en la propia cruz 

Mientras lleves la cruz tienes aún la oportunidad de dejarla. Pero cuando te clavan en ella ya no puedes separarte más. 
Ahora sabes: la cruz es tu destino hacia la muerte. Esto es difícil. Hubieras querido liberarte de las cruces pero estás clavado en ellas. 
Esto es el lugar donde se muere. Las personas te clavarán en ellas. 
¿Temerás o confiarás en mí? 
Hay algunas cruces que hay que cargar hasta el final. En vano te esfuerzas para liberarte de ellas. De ti depende abandonar esta lucha inútil y venir hacia mí. Entonces morirás y comenzarás a vivir. 
¡No temas! 
Solamente esto deseo: que no te engañes a ti mismo y que no esperes otra cosa. Las cruces permanecen hasta el final y cuanto antes mueras, tanto antes resucitarás. Cuanto antes dejes de resistirte, tanto antes me encontrarás. 
Recuerda esta cruz. Este es nuestro decimoprimer encuentro. Yo me alegro de él. 

(*) (P. Tomislav Ivancic)

martes, 17 de diciembre de 2013

Vía Crucis: 10ª estación


Jesús es despojado de sus vestiduras

Décima cruz: Permitir que te dejen al descubierto


Permití el estar desnudo, el que me quitaran también lo más íntimo. 
Permití que en mí se desarrollara hasta el final la maldad del infierno. Permití que deshonraran mi pudor y la intimidad de mi cuerpo.

Siempre deseas mantener para ti al menos una partecita de tu intimidad donde puedes estar solo, aquello que no deseas que nadie alcance, algo que es todo tuyo, algo de lo que incluso, te avergüenzas de tener, algo que los demás no pueden ver, ya que te deshonraría. 

Deseas cuidar y esconder esto. Piensas que tienes derecho a ello. 
Justamente aquí tienes miedo del pecado. De todas formas deseas resguardar tu intimidad. Por ella luchas, pero llega el momento en que ya no puedes conservarla.

También por esta cruz debes pasar. Son circunstancias en las cuales debes renunciar a todo, de tal manera que ya no tengas nada tuyo. Todos te quitan. 

Ofrece todo a Dios. 
La única intimidad inalcanzable seremos mi Padre y yo. La cruz no es solamente el desnudamiento del cuerpo. Más doloroso es aún cuando te desnudan el alma. Ya los pecados te desnudaron hace tiempo. 

Toma esta cruz y ya nadie podrá desnudarte. Permite al Padre que te dé vestimenta nueva. Entrégale tu intimidad y te cubrirá con la absoluta inocencia. Es en vano que te esfuerces para poder mantener solo la inocencia. Reconoce hoy que eres débil en este terreno.


Esto es la décima cruz - la de la vergüenza -, la cruz del deseo de permanecer inocente, la cruz del miedo a que alguien sepa de tus caídas. 

Toma esta cruz y me encontrarás pronto. 
Aquí te espero. No tendrás más miedo. Solo acepta que eres débil, que no eres distinto de lo que eres: un hombre con intimidad deshonrada. Aquí nos encontraremos y nadie podrá deshonrarte.

(*) (P. Tomislav Ivancic)

sábado, 10 de agosto de 2013

Carta a los Custodios...


CARTA A LOS CUSTODIOS I 
San Francisco de Asís

A todos los custodios de los hermanos menores a quienes lleguen estas letras, el 
hermano Francisco, vuestro siervo y pequeñuelo en el Señor Dios, os desea salud con los nuevos signos del cielo y de la tierra, que son grandes y muy excelentes ante Dios, pero que son estimados en muy poco por muchos religiosos y por otros hombres.

Os ruego, más que si se tratara de mí mismo, que, cuando os parezca bien y veáis 
que conviene, supliquéis humildemente a los clérigos que veneren sobre todas las cosas el Santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo y sus santos nombres y sus palabras escritas que consagran el cuerpo. 

Los cálices, los corporales, los ornamentos del altar y todo lo que concierne al sacrificio, deben tenerlos preciosos. 


Y si el Santísimo Cuerpo del Señor estuviera colocado en algún lugar paupérrimamente, que ellos lo pongan y lo cierren en un lugar precioso según el mandato de la Iglesia, que lo lleven con gran veneración y que lo administren a los otros con discernimiento. 


También los nombres y las palabras escritas del Señor, dondequiera que se encuentren en lugares inmundos, que se recojan y que se coloquen en un lugar decoroso. 


Y en toda predicación que hagáis, recordad al pueblo la penitencia y que nadie puede salvarse, sino quien recibe el Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor (cf. Jn 6,54). 


Y cuando es  consagrado por el sacerdote sobre el altar y cuando es llevado a alguna parte, que todas las gentes, de rodillas, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y verdadero.


Y que de tal modo anunciéis y prediquéis a todas las gentes su alabanza, que, a toda 
hora y cuando suenan las campanas, siempre se tributen por el pueblo entero alabanzas y gracias al Dios omnipotente por toda la tierra.

Y sepan que tienen la bendición del Señor Dios y la mía todos mis hermanos 
custodios a los que llegue este escrito y lo copien y lo tengan consigo, y lo hagan copiar para los hermanos que tienen el oficio de la predicación y la custodia de los hermanos, y prediquen hasta el fin todo lo que se contiene en este escrito. Y que esto sea para ellos como verdadera y santa obediencia. 
Amén.

domingo, 30 de junio de 2013

Bajo Tu hermosa mano...



Crece la luz bajo tu hermosa mano,
Padre celeste, y suben
los hombres matutinos al encuentro
de Cristo Primogénito.

El hizo amanecer en tu presencia
y enalteció la aurora
cuando no estaba el hombre sobre el mundo
para poder cantarla.

El es principio y fin del universo,
y el tiempo, en su caída,
se acoge al que es la fuerza de las cosas
y en él rejuvenece.

El es la luz profunda, el soplo vivo
que hace posible el mundo
y anima, en nuestros labios jubilosos,
el himno que cantamos.

He aquí la nueva luz que asciende y busca
su cuerpo misterioso;
he aquí, en el ancho sol de la mañana,
el signo de su gloria.

Y tú que nos lo entregas cada día,
revélanos al Hijo,
potencia de tu diestra y Primogénito
de toda criatura.

Amén.

(Himno del lunes de la semana IV de la liturgia de las horas)

domingo, 26 de mayo de 2013

Prepara tu alma...



Hijo, si te decides a servir al Señor, 
prepara tu alma para la prueba.
Endereza tu corazón, sé firme, y no te inquietes en el momento de la desgracia.
Únete al Señor y no te separes, para que al final de tus días seas enaltecido.

Acepta de buen grado todo lo que te suceda, y sé paciente en las vicisitudes de tu humillación.

Porque el oro se purifica en el fuego, y los que agradan a Dios, en el crisol de la humillación.

Confía en él, y él vendrá en tu ayuda, endereza tus caminos y espera en él.


Los que temen al Señor, esperen su misericordia, y no se desvíen, para no caer.

Los que temen al Señor, tengan confianza en él, y no les faltará su recompensa.
Los que temen al Señor, esperen sus beneficios, el gozo duradero y la misericordia.

Fíjense en las generaciones pasadas y vean: 

¿Quién confió en el Señor y quedó confundido? 
¿Quién perseveró en su temor y fue abandonado?
¿Quién lo invocó y no fue tenido en cuenta?

Porque el Señor es misericordioso y compasivo, perdona los pecados y salva en el momento de la aflicción.


¡Ay de los corazones cobardes y de las manos que desfallecen, y del pecador que va por dos caminos!

¡Ay del corazón que desfallece, porque no tiene confianza! A causa de eso no será protegido.
¡Ay de ustedes, los que perdieron la constancia! 
¿Qué van a hacer cuando el Señor los visite?

Los que temen al Señor no desobedecen sus palabras y los que lo aman siguen fielmente sus caminos.

Los que temen al Señor tratan de complacerlo y los que lo aman se sacian de su Ley.

Los que temen al Señor tienen el corazón bien dispuesto y se humillan delante de él:

«Abandonémonos en las manos del Señor y no en las manos de los hombres, porque así como es su grandeza es también su misericordia».

(Eclesiástico, Capítulo 2)


jueves, 11 de abril de 2013

Kyrie, eleison



MEDITACIONES Y ORACIONES DEL CARDENAL JOSEPH RATZINGER
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez 
      
MEDITACIÓN

¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf Mt 8,25).


ORACIÓN


Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.


http://www.vatican.va/news_services/liturgy/2005/via_crucis/sp/station_09.html

miércoles, 16 de enero de 2013

La serenidad en el dolor



Monseñor Rafael Palmero, en su libro "Teología del dolor y de la enfermedad en la experiencia del Hermano Rafael", recoge esta carta del Hermano Rafael a su tío:

Por el camino que el Señor me lleva, camino que sólo Dios y yo conocemos, he tropezado muchas veces, he pasado amarguras muy hondas, he tenido que hacer continuas renuncias, he sufrido decepciones, y hasta mis ilusiones que yo creía más santas, el Señor me las ha truncado. Él sea bendito, pues todo eso me era necesario…, era necesaria la soledad, fue necesaria la renuncia a mi voluntad y es necesaria la enfermedad.

¿Para qué? Pues mira, a medida que el Señor me ha ido llevando de acá para allá, sin sitio fijo, enseñándome lo que soy y desprendiéndome unas veces con suavidad de las criaturas y otras con rudos golpes…, en todo ese camino que yo veo tan claro, he aprendido una cosa, y mi alma ha sufrido un cambio… No sé si me entenderás, pero he aprendido a amar a los hombres tal como son, y no tal como yo quisiera que fueran, y mi alma con cruz o sin ella, buena o mala, aquí o allí, donde Dios la ponga, y como Dios la quiera, ha sufrido una transformación…

Yo no sé expresarlo, no hay palabras…, pero yo lo llamo serenidad…; es una paz muy grande para sufrir y para gozar…; es el saberse amado de Dios, a pesar de nuestra pequeñez y nuestras miserias…; es una alegría dulce y serena cuando nos abandonamos de veras en sus manos; es un silencio por todo lo exterior, a pesar de estar de lleno en medio del mundo; es la felicidad del enfermo, del tullido, del leproso, del pecador que, a pesar de todo, seguía al nazareno por los caminos de Galilea… Dios me lleva de la mano, por un campo donde hay lágrimas, donde hay guerras, hay penas y miserias, hay santos y pecadores, me pone muy cerca de la cruz y, enseñándome con la mirada todo esto, me dice: "Todo eso es mío, no lo desprecies…"

(Teología del dolor y de la enfermedad, por don Rafael Palmero Ramos, Obispo de Palencia. Ed. Monte Carmelo. Burgos)