domingo, 20 de noviembre de 2011

Cristo del Calvario




En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.

Amén.




miércoles, 30 de marzo de 2011

Vía Crucis: 9ª estación

Jesús cae por tercera vez bajo la Cruz
Novena cruz: La derrota absoluta

Caí también por tercera vez.

Todos pensaron que sería ésta mi derrota final.
Cuando ya estaban convencidos de que no podría seguir, me levanté, tomé la cruz y la llevé hacia el Gólgota.

También lo imposible puede resultar posible.
Llegará el momento en que todos dirán que ya no eres capaz, que ya es tu fin. Incluso tú mismo pensarás que no puedes más. Vendrá el tiempo de tu impotencia absoluta.
El reconocer que no puedes más será el momento de tu absoluta derrota.

¿Te desesperarás entonces? No temas.
También esto es la puerta para encontrarme nuevamente. Me encuentras cuando no puedes contar más contigo. Entonces me llamarás con todo tu corazón y yo te responderé.
Esta cruz consiste en el hecho de perder todo, de estar absolutamente abandonado, en morir, en el hecho de que nadie más te considera o toma en cuenta porque perdió la última esperanza de que todavía resulte algo de ti.
Esta cruz te conduce con más fuerza hacia mí y te capacita para que pueda mandarte donde sea.

¿Aceptarás esta cruz?

No temas porque yo estoy contigo.
Yo, que vencí al mundo.

(*) (P. Tomislav Ivancic)

martes, 22 de marzo de 2011

Vía Crucis: 8ª estación


Jesús consuela a las hijas de Jerusalén
Octava cruz: Consolar a aquellos que te consuelan

Las mujeres me escucharon, se encariñaron conmigo y confiaron en mí.
Bendije a sus hijos.
Me miraban con el corazón y no pudieron entender que yo estuviera condenado.
Lloraron. Sintieron que, con esto, fue condenada la vida.
La tristeza se apoderó de ellas y entonces las consolé.

La cruz significa aceptar el sufrimiento, asumirlo y ver en él la liberación.
Ningún dolor es trágico.
La tragedia es la ceguera y la dureza del corazón, es la incapacidad de ver en la muerte también la resurrección, en la enfermedad la curación, en la partida la llegada.
La tragedia es la compasión de sí mismo.

Vences cuando comienzas a consolar a los demás a pesar de que tú mismo necesitas ser consolado.
Entonces llega todo el consuelo para ti desde Dios.
Ten valor para no apoyarte en el consuelo humano sino para buscar la fuerza divina.
Esto vence al mundo. Si bien es el camino de la cruz, es sin embargo el camino a la vida. No te permitas la caída por compasión a ti mismo. Cuando estés herido y consueles en el dolor a los demás, entonces me encontrarás a mí. Abre también esta puerta, pues detrás de ella te estoy esperando yo para que te apoyes en mí.

(*) (P. Tomislav Ivancic)

miércoles, 16 de febrero de 2011

Vía Crucis 7ª estación


Jesús cae bajo la Cruz por segunda vez

Séptima cruz: Caer nuevamente

Una vez ya caí. Todos esperaban que esta vez resistiera. Sin embargo, ahora caí nuevamente. Sabía que esto entristecería a mi Madre, produciría la burla de mis enemigos, sorprendería y decepcionaría desagradablemente a mis amigos.

Todos se escandalizaron por mi debilidad.

Se preguntaban: ¿Es éste verdaderamente Dios?

Acepté esta cruz.

Mi Padre quiso mostrar que Él es en mí más fuerte que cualquier escándalo.

Cuando caes por primera vez tienes todavía la excusa, pero, cuando eres derrotado por segunda vez, cualquiera puede decirte que eres débil. Quieres resistirte a la cruz, excusarte y justificarte. Pero esto te aparta de mí porque no das testimonio de mí sino de ti y de tu fuerza.

Debes saber que siempre caerás, pero yo te levantaré.

Entonces dirán: mira, alguien lo levantó.

Tu séptima cruz consiste en reconocer que caes.

No temas a la caída sino vuélvete a mí.

Si reconoces bien esta cruz me encontrarás en ella. Esto es derrota corporal pero el triunfo del espíritu.

(*) (P. Tomislav Ivancic)

jueves, 27 de enero de 2011

Sostén ahora mi fe...

    Mis ojos, mis pobres ojos
que acaban de despertar
los hiciste para ver,
no sólo para llorar.
    Haz que sepa adivinar
entre las sombras la luz,
que nunca me ciegue el mal
ni olvide que existes tú.
    Que, cuando llegue el dolor,
que yo sé que llegará,
no se me enturbie el amor,
ni se me nuble la paz.
    Sostén ahora mi fe,
pues, cuando llegue a tu hogar,
con mis ojos te veré
y mi llanto cesará.
(Himno de Laudes)

lunes, 10 de enero de 2011

Vía Crucis: 6ª estación


Verónica limpia el rostro de Jesús
Sexta cruz: Recibir sin retribuir

Me quitaron todo y todos me abandonaron.
En el camino a la muerte me quedé sólo y sin nada. Entonces llega Verónica y me ofrece un sudario.
¿Sabes cómo me sentí?
Estaba emocionado y agradecido pero no tuve con qué retribuir. Tenía solamente mi dolor y mi sufrimiento.
Esto le di: mi rostro sangrante impreso en el sudario.

Permitir que las personas te hagan un favor, sin que por esto puedas devolvérselo, esto es la cruz.

Ten valor y haz lo que yo hice. Permite a las personas ser serviciales a pesar de que no tengas con que corresponderles. Permite quedarles debiendo. No puedes pagar de otra manera que dándote a ti mismo como pago. Aprende a aceptar los regalos sin retribución, sin comerciar.
Esto es la puerta hacia mí.
Acepta la sensación desagradable de no tener con qué retribuir. Con esto te acercas a mí.
Mi Padre da sin pretender pago. Él es como un manantial que, sin paga da agua clara y pura sin que se agote. Cuando eres así eres hijo de mi Padre.
¿Qué es tu sexta cruz?
Esto: que a Dios no puedes retribuirle su amor de otra manera que siendo como hijo que goza de la bondad de su Padre y Madre.


(*) (P. Tomislav Ivancic)