domingo, 13 de marzo de 2016
Vía Crucis: 14ª estación
Jesús es puesto en el sepulcro
Decimocuarta cruz: Quedarse sin la esperanza humana
Mis amigos pensaron que me habían demostrado el mayor honor colocando mi cuerpo en el sepulcro. Se ocuparon del cuerpo.
Esto fue todo lo que pudieron hacer.
Olvidaron que esto sería solamente por tres días.
A mí la muerte no me supera.
Recuerda que el pensar en la muerte te inquieta. Cuando te cubren con tierra ya no estás más.
¿Qué más puedes hacer entonces, cuando tras de ti no queda ningún rastro?
Cuando sabes que nadie vendrá a tu tumba, cuando mueres siendo desconocido y pobre, cuando detrás de tí ya no queda nada, entonces me debes encontrar.
Esto es la cruz.
Perder también el último deseo de significar algo y de dejar algo.
Esto es justamente aquello que perturba: el no ser luz. Aquí me puedes encontrar.
¿Pero, cómo, si temes yacer en la tumba del egoísmo y ser sepultado?
¿Cómo nos encontraríamos si vienes a mí sin haber derribado los puentes detrás de ti?
Sin embargo es justamente ésta la condición para que yo pueda transformar tu vida.
Ésta es la decimocuarta cruz sobre la que se sostiene la resurrección.
¡Cuánto me alegra la tumba de tu soberbia!
Tú todavía no quieres ir a la tumba, todavía te opones a la muerte, por eso estás muerto. Si quisieras yacer en la tumba de tu soberbia y morir a ti mismo, entonces resucitarías a la vida nueva.
Solamente el hombre muerto puede resucitar de entre los muertos.
¡La muerte aún no te quitó tu última resistencia!
¡No temas!
Me refiero al puente entre tú y yo. La muerte del pecado es la alegría y tu abrazo conmigo. Esta es la más majestuosa explosión de amor.
Yo recorrí este camino y te estoy esperando.
¿Acaso no comprendes que no me fui de la tierra?
Antes era invitado en la tierra, recién ahora soy dueño. También tú serás esto.
Entrega a la muerte lo que de todas maneras le pertenece.
No mires más la tumba como si fuera la desesperanza y el fin sino como el nacimiento y el comienzo.
¡Qué muera tu soberbia!
Ya se vislumbra el amanecer de la resurrección.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
miércoles, 21 de octubre de 2015
Vía Crucis: 13ª estación
Jesús es bajado de la Cruz
Decimotercera cruz: No gozar de los frutos del trabajo propio
Recién cuando he muerto vinieron los amigos.
Tú eres semilla para el futuro; sin embargo quisieras ver al instante los frutos de tus manos.
Mis discípulos a menudo mueren en la desesperanza y la vergüenza, mas otros recogen los frutos sobre sus tumbas.
Otros recogen la alegría y la vida.
A ti te elegí para que siembres por un mundo nuevo.
Esto es tu cruz.
Te doy esperanza ya que difícilmente verás tu logro en la vida.
Recién después de la muerte te elogiarán. Recién entonces te bajarán de la cruz. Tu eternidad será sin la cruz porque has tenido el valor de permanecer en ella durante esta vida.
Trabajar y no gozar de los frutos, en eso consiste la decimotercera cruz. Sembrar, para que otros puedan cosechar, exige valor. Mas yo vengo a tu encuentro.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
martes, 15 de julio de 2014
El grito de Dios
El grito de Dios
ABC | Ignacio Sánchez Cámara
Publicado en La Tercera de ABC el 6/07/2014
El dolor es una de las más profundas y misteriosas experiencias humanas. Ante el dolor, físico o espiritual, levantamos la vista hacia Dios. Y solo esto ya otorga un gran valor al sufrimiento humano.
Sin embargo, es frecuente referirse al silencio de Dios ante el dolor de los inocentes, ante los campos de exterminio, ante la muerte de los niños, ante la enfermedad, la tortura y el hambre.
¿Por qué calló?
¿Por qué permitió?
¿Por qué calla?
¿Por qué permite?
¿Puede ser ese un Dios omnipotente y, a la vez, absolutamente bueno?
Dolor humano y silencio de Dios.
Tal vez la primera observación que quepa hacer consista en negar que todo sea malo en el sufrimiento.
Miguel de Unamuno decía que en el dolor nos hacemos y en el placer nos gastamos.
Y Beethoven, creo que en la partitura de la Novena, escribió: «A la alegría por el dolor».
Al final de la «Barcarola» de los cuentos de Hoffmann, de Offenbach, se canta: «El amor nos hace grandes, y el llanto aún más».
La verdad nos hace libres, y el dolor grandes. Nadie ha sido más grande que Jesús abandonado en Getsemaní y luego clavado en lo alto del Gólgota.
El dolor ajeno nos mueve a la compasión, nos conmueve. El propio nos modela. El dolor es la forja del alma. No se puede esculpir sin dar golpes con el cincel.
Cabría decir, parafraseando a Nietzsche, que un hombre vale en la medida de la cantidad de dolor que es capaz
de soportar.
Nada de esto significa que debamos buscar el dolor.
No.
Debemos evitarlo. Es un mal, pero repleto de cosas buenas. El dolor es un mal, pero sus consecuencias son casi siempre beneficiosas.
En este sentido, debe leerse el excelente ensayo El problema del dolor, de C. S. Lewis, si estoy en lo cierto, uno de los más grandes escritores del siglo XX.
Su tesis central es que Dios nos grita en el dolor. Dios no calla mientras sufrimos. Habla, incluso grita, precisamente a través de nuestro dolor. Lo que nos duele es la voz aguda de Dios que nos llama. Y nosotros, ignorantes, soberbios y sordos, aún hablamos de silencio de Dios…
El dolor es el grito de Dios.
Y habría que decirle a Él: «Gracias, Dios mío, por el dolor que me envías, pues con él me has salvado».
Él nos salvó con su dolor y nos continúa salvando con el nuestro.
El bien del hombre consiste en entregarse a Dios. Pero esto resulta extraordinariamente difícil. Solo el bien puede proporcionar la felicidad. Por eso la desgracia es tan frecuente. Los felices son siempre pocos, pues pocos son los capaces de entregarse totalmente a Dios.
Escribe Lewis: «No somos meras criaturas imperfectas que deban ser enmendadas. Somos, como ha señalado Newman, rebeldes que deben deponer las armas. La primera respuesta a la pregunta de por qué nuestra curación debe ir acompañada necesariamente de dolor es, pues, que someter la voluntad reclamada durante tanto tiempo como propia entraña, no importa dónde ni cómo se haga, un dolor desgarrador».
El primer principio de la educación consiste en «quebrar la voluntad del niño». Esto se puede hacer bien o mal, con suave firmeza o con sórdida crueldad. Pero debe hacerse, pues sin ello no hay educación. El hombre no se ve obligado a quebrar su voluntad para entregarla a Dios mientras las cosas le van bien. El error moral viaja enmascarado y muchas veces no lo advertimos. El dolor, por el contrario, es transparente, nos asalta sin careta, nunca engaña. Nada apresa nuestra atención y absorbe nuestra conciencia como el dolor; ni siquiera el amor.
Escribe Lewis: «El dolor no es solo un mal inmediatamente reconocible, sino una ignominia imposible de ignorar. Podemos descansar satisfechos en nuestros pecados y estupideces; cualquiera que haya observado a un glotón engullendo los manjares más exquisitos como si no apreciara realmente lo que come deberá admitir la capacidad humana de ignorar incluso el placer.
Pero el dolor, en cambio, reclama insistentemente nuestra atención. Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: es su megáfono para despertar a un mundo sordo. El hombre malo y feliz no tiene la menor sospecha de que sus acciones no “responden”, de que no están en armonía con las leyes del universo».
El dolor puede ser también el despertador de la fe.
Dice un personaje del «Cuento de invierno» de Shakespeare: «Es necesario que despiertes tu fe. Entonces todo queda en calma».
En el fondo, la posibilidad de perfeccionarse a través de las tribulaciones forma parte de la vieja doctrina cristiana.
Es cierto, como reconoce Lewis, que el dolor como megáfono de Dios puede ser algo terrible y conducir a la rebelión definitiva y a la desesperación, pero también puede ser la única oportunidad del malvado para enmendarse y, por lo tanto, salvarse.
San Agustín nos enseñó que el alma solo puede ser feliz cuando descansa en Dios, porque Él nos ha hecho para sí. En eso consiste ser criatura. Dice también san Agustín que Dios nos quiere dar cosas, pero no podemos tomarlas porque tenemos las manos llenas de otras cosas.
En este sentido el dolor es el manotazo que nos arrebata lo que más queremos, pero para que podamos recibir lo único que puede hacernos felices: la entrega total a Dios.
Y esta entrega total no es posible sin el dolor.
Así, tenía razón Beethoven: «A la alegría, por el dolor».
Y si alguien piensa que todo esto es una apología del dolor y del masoquismo, solo le pediría que pensara un poco más.
Por otra parte, imaginémonos un mundo sin dolor. Un mundo así se vería privado de la mayor parte de las cosas buenas. Para empezar, sería un mundo sin compasión y sin heroísmo, probablemente un mundo sin mérito moral. Pensemos en acciones realmente ejemplares.
¿Cuántas de ellas se habrían realizado en un mundo sin dolor? Como afirma Lewis, « el dolor proporciona una oportunidad para el heroísmo que es aprovechada con asombrosa frecuencia».
El dolor no testimonia en contra de la bondad divina. A veces podemos tener la impresión de que a Dios se le ha ido la mano y de que tal vez hubiera bastado con una terapia más suave, pero para que tengamos las manos vacías debe quitarnos todo o, al menos, lo que más amamos. Una vez cumplida su función terapéutica, Dios nos puede devolver algo o mucho de lo que teníamos, incluso todo. Pero
entonces ya lo poseeremos de otra manera, a la manera de la criatura, a la manera feliz.
La ilusión de la autosuficiencia humana solo puede quebrarse mediante el sufrimiento.
El dolor es el último recurso de Dios para hacernos verdaderamente felices, es decir, buenos y sabios, y salvarnos.
El dolor es el grito de Dios.
Ignacio Sánchez Cámara, catedrático de Filosofía del Derecho.
domingo, 2 de marzo de 2014
Vía Crucis: 12ª estación
Jesús muere en la Cruz
Decimosegunda cruz: Morir en la cruz
La muerte.
Parto de este mundo, pero para vivir, no para desaparecer.
Mi muerte es el cumplimiento de la voluntad de mi Padre; por eso dije: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Cumplí con el plan de mi Padre.
Tú piensas que la muerte es el fin y por eso temes. Te resistes y es por eso penoso hasta tanto aceptas esta cruz. Pero cuando aceptas la muerte, la vences y me encuentras. Mientras te resistas a la muerte y me pidas que te salve, estoy lejos. Comprende que en la muerte me encontrarás.
La muerte más bien destruye todo lo pecaminoso y mortal que había en ti, pero yo destruyo la muerte.
La muerte te libera de las cruces, pero yo te libero de la muerte.
Mira hoy la muerte a los ojos toma esta cruz como regalo del Padre.
Mientras te opongas a la muerte no me encontrarás.
La decimosegunda cruz es como una fiesta, punto culminante, consumación de todo.
Esto es, en realidad, el comienzo de la vida.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
jueves, 19 de diciembre de 2013
Vía Crucis: 11ª estación
Jesús es clavado en la Cruz
Decimoprimera cruz: Ser clavado en la propia cruz
Mientras lleves la cruz tienes aún la oportunidad de dejarla. Pero cuando te clavan en ella ya no puedes separarte más.
Ahora sabes: la cruz es tu destino hacia la muerte. Esto es difícil. Hubieras querido liberarte de las cruces pero estás clavado en ellas.
Esto es el lugar donde se muere. Las personas te clavarán en ellas.
¿Temerás o confiarás en mí?
Hay algunas cruces que hay que cargar hasta el final. En vano te esfuerzas para liberarte de ellas. De ti depende abandonar esta lucha inútil y venir hacia mí. Entonces morirás y comenzarás a vivir.
¡No temas!
Solamente esto deseo: que no te engañes a ti mismo y que no esperes otra cosa. Las cruces permanecen hasta el final y cuanto antes mueras, tanto antes resucitarás. Cuanto antes dejes de resistirte, tanto antes me encontrarás.
Recuerda esta cruz. Este es nuestro decimoprimer encuentro. Yo me alegro de él.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
martes, 17 de diciembre de 2013
Vía Crucis: 10ª estación
Jesús es despojado de sus vestiduras
Décima cruz: Permitir que te dejen al descubierto
Permití el estar desnudo, el que me quitaran también lo más íntimo. Permití que en mí se desarrollara hasta el final la maldad del infierno. Permití que deshonraran mi pudor y la intimidad de mi cuerpo.
Siempre deseas mantener para ti al menos una partecita de tu intimidad donde puedes estar solo, aquello que no deseas que nadie alcance, algo que es todo tuyo, algo de lo que incluso, te avergüenzas de tener, algo que los demás no pueden ver, ya que te deshonraría.
Deseas cuidar y esconder esto. Piensas que tienes derecho a ello.
Justamente aquí tienes miedo del pecado. De todas formas deseas resguardar tu intimidad. Por ella luchas, pero llega el momento en que ya no puedes conservarla.
También por esta cruz debes pasar. Son circunstancias en las cuales debes renunciar a todo, de tal manera que ya no tengas nada tuyo. Todos te quitan.
Ofrece todo a Dios.
La única intimidad inalcanzable seremos mi Padre y yo. La cruz no es solamente el desnudamiento del cuerpo. Más doloroso es aún cuando te desnudan el alma. Ya los pecados te desnudaron hace tiempo.
Toma esta cruz y ya nadie podrá desnudarte. Permite al Padre que te dé vestimenta nueva. Entrégale tu intimidad y te cubrirá con la absoluta inocencia. Es en vano que te esfuerces para poder mantener solo la inocencia. Reconoce hoy que eres débil en este terreno.
Esto es la décima cruz - la de la vergüenza -, la cruz del deseo de permanecer inocente, la cruz del miedo a que alguien sepa de tus caídas.
Toma esta cruz y me encontrarás pronto.
Aquí te espero. No tendrás más miedo. Solo acepta que eres débil, que no eres distinto de lo que eres: un hombre con intimidad deshonrada. Aquí nos encontraremos y nadie podrá deshonrarte.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
sábado, 10 de agosto de 2013
Carta a los Custodios...
CARTA A LOS CUSTODIOS I
San Francisco de Asís
A todos los custodios de los hermanos menores a quienes lleguen estas letras, el hermano Francisco, vuestro siervo y pequeñuelo en el Señor Dios, os desea salud con los nuevos signos del cielo y de la tierra, que son grandes y muy excelentes ante Dios, pero que son estimados en muy poco por muchos religiosos y por otros hombres.
Os ruego, más que si se tratara de mí mismo, que, cuando os parezca bien y veáis que conviene, supliquéis humildemente a los clérigos que veneren sobre todas las cosas el Santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo y sus santos nombres y sus palabras escritas que consagran el cuerpo.
Los cálices, los corporales, los ornamentos del altar y todo lo que concierne al sacrificio, deben tenerlos preciosos.
Y si el Santísimo Cuerpo del Señor estuviera colocado en algún lugar paupérrimamente, que ellos lo pongan y lo cierren en un lugar precioso según el mandato de la Iglesia, que lo lleven con gran veneración y que lo administren a los otros con discernimiento.
También los nombres y las palabras escritas del Señor, dondequiera que se encuentren en lugares inmundos, que se recojan y que se coloquen en un lugar decoroso.
Y en toda predicación que hagáis, recordad al pueblo la penitencia y que nadie puede salvarse, sino quien recibe el Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor (cf. Jn 6,54).
Y cuando es consagrado por el sacerdote sobre el altar y cuando es llevado a alguna parte, que todas las gentes, de rodillas, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y verdadero.
Y que de tal modo anunciéis y prediquéis a todas las gentes su alabanza, que, a toda hora y cuando suenan las campanas, siempre se tributen por el pueblo entero alabanzas y gracias al Dios omnipotente por toda la tierra.
Y sepan que tienen la bendición del Señor Dios y la mía todos mis hermanos custodios a los que llegue este escrito y lo copien y lo tengan consigo, y lo hagan copiar para los hermanos que tienen el oficio de la predicación y la custodia de los hermanos, y prediquen hasta el fin todo lo que se contiene en este escrito. Y que esto sea para ellos como verdadera y santa obediencia.
Amén.
domingo, 30 de junio de 2013
Bajo Tu hermosa mano...
Crece la luz bajo tu hermosa mano,
Padre celeste, y suben
los hombres matutinos al encuentro
de Cristo Primogénito.
El hizo amanecer en tu presencia
y enalteció la aurora
cuando no estaba el hombre sobre el mundo
para poder cantarla.
El es principio y fin del universo,
y el tiempo, en su caída,
se acoge al que es la fuerza de las cosas
y en él rejuvenece.
El es la luz profunda, el soplo vivo
que hace posible el mundo
y anima, en nuestros labios jubilosos,
el himno que cantamos.
He aquí la nueva luz que asciende y busca
su cuerpo misterioso;
he aquí, en el ancho sol de la mañana,
el signo de su gloria.
Y tú que nos lo entregas cada día,
revélanos al Hijo,
potencia de tu diestra y Primogénito
de toda criatura.
Amén.
domingo, 26 de mayo de 2013
Prepara tu alma...
Hijo, si te decides a servir al Señor,
prepara tu alma para la prueba.
Endereza tu corazón, sé firme, y no te inquietes en el momento de la desgracia.
Únete al Señor y no te separes, para que al final de tus días seas enaltecido.
Acepta de buen grado todo lo que te suceda, y sé paciente en las vicisitudes de tu humillación.
Porque el oro se purifica en el fuego, y los que agradan a Dios, en el crisol de la humillación.
Confía en él, y él vendrá en tu ayuda, endereza tus caminos y espera en él.
Los que temen al Señor, esperen su misericordia, y no se desvíen, para no caer.
Los que temen al Señor, tengan confianza en él, y no les faltará su recompensa.
Los que temen al Señor, esperen sus beneficios, el gozo duradero y la misericordia.
Fíjense en las generaciones pasadas y vean:
¿Quién confió en el Señor y quedó confundido?
¿Quién perseveró en su temor y fue abandonado?
¿Quién lo invocó y no fue tenido en cuenta?
Porque el Señor es misericordioso y compasivo, perdona los pecados y salva en el momento de la aflicción.
¡Ay de los corazones cobardes y de las manos que desfallecen, y del pecador que va por dos caminos!
¡Ay del corazón que desfallece, porque no tiene confianza! A causa de eso no será protegido.
¡Ay de ustedes, los que perdieron la constancia!
¿Qué van a hacer cuando el Señor los visite?
Los que temen al Señor no desobedecen sus palabras y los que lo aman siguen fielmente sus caminos.
Los que temen al Señor tratan de complacerlo y los que lo aman se sacian de su Ley.
Los que temen al Señor tienen el corazón bien dispuesto y se humillan delante de él:
«Abandonémonos en las manos del Señor y no en las manos de los hombres, porque así como es su grandeza es también su misericordia».
(Eclesiástico, Capítulo 2)
jueves, 11 de abril de 2013
Kyrie, eleison
MEDITACIONES Y ORACIONES DEL CARDENAL JOSEPH RATZINGER
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
MEDITACIÓN
¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf Mt 8,25).
ORACIÓN
Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.
http://www.vatican.va/news_services/liturgy/2005/via_crucis/sp/station_09.html
miércoles, 16 de enero de 2013
La serenidad en el dolor
Monseñor Rafael Palmero, en su libro "Teología del dolor y de la enfermedad en la experiencia del Hermano Rafael", recoge esta carta del Hermano Rafael a su tío:
Por el camino que el Señor me lleva, camino que sólo Dios y yo conocemos, he tropezado muchas veces, he pasado amarguras muy hondas, he tenido que hacer continuas renuncias, he sufrido decepciones, y hasta mis ilusiones que yo creía más santas, el Señor me las ha truncado. Él sea bendito, pues todo eso me era necesario…, era necesaria la soledad, fue necesaria la renuncia a mi voluntad y es necesaria la enfermedad.
¿Para qué? Pues mira, a medida que el Señor me ha ido llevando de acá para allá, sin sitio fijo, enseñándome lo que soy y desprendiéndome unas veces con suavidad de las criaturas y otras con rudos golpes…, en todo ese camino que yo veo tan claro, he aprendido una cosa, y mi alma ha sufrido un cambio… No sé si me entenderás, pero he aprendido a amar a los hombres tal como son, y no tal como yo quisiera que fueran, y mi alma con cruz o sin ella, buena o mala, aquí o allí, donde Dios la ponga, y como Dios la quiera, ha sufrido una transformación…
Yo no sé expresarlo, no hay palabras…, pero yo lo llamo serenidad…; es una paz muy grande para sufrir y para gozar…; es el saberse amado de Dios, a pesar de nuestra pequeñez y nuestras miserias…; es una alegría dulce y serena cuando nos abandonamos de veras en sus manos; es un silencio por todo lo exterior, a pesar de estar de lleno en medio del mundo; es la felicidad del enfermo, del tullido, del leproso, del pecador que, a pesar de todo, seguía al nazareno por los caminos de Galilea… Dios me lleva de la mano, por un campo donde hay lágrimas, donde hay guerras, hay penas y miserias, hay santos y pecadores, me pone muy cerca de la cruz y, enseñándome con la mirada todo esto, me dice: "Todo eso es mío, no lo desprecies…"
(Teología del dolor y de la enfermedad, por don Rafael Palmero Ramos, Obispo de Palencia. Ed. Monte Carmelo. Burgos)
lunes, 11 de junio de 2012
Un corazón solitario...
Hay un corazón que mana, que palpita en el Sagrario,
un corazón solitario que se alimenta de amor.
Es un corazón paciente, es un corazón amigo:
el que habita en el olvido, el corazón de tu Dios...
Es un corazón que ama, un corazón que perdona,
que te conoce y que toma de tu vida lo peor.
Que comenzó esta tarea una tarde en el Calvario,
y que ahora desde el Sagrario, tan solo quiere tu amor
Decidle a todos que vengan
a la fuente de la vida
que hay una historia escondida
dentro de este corazón.
Decidles que hay esperanza,
que todo tiene un sentido,
que Jesucristo está vivo.
Decidles que existe Dios.
Es el corazón que llora en la casa de Betania
el corazón que acompaña a los dos de Emaús.
Es el corazón que al joven rico amó con la mirada,
el que a Pedro perdonaba después de su negación.
Es el corazón en lucha del huerto de los olivos
que, amando a sus enemigos, hizo creer al ladrón.
Es el corazón que salva por su fe a quien se le acerca
que mostró su herida abierta al apóstol de dudó.
martes, 15 de mayo de 2012
El Costo de Entregarse a Cristo
Uno de los métodos más rápidos para perder amigos es entregarse por completo a Dios.
Una vez que uno toma en serio los asuntos espirituales - abandonando todos sus ídolos, apartando los ojos de las cosas de este mundo, volviéndose a Cristo con todo el corazón y teniendo hambre de Él - , de repente se convierte en un "fanático religioso".
Pronto experimentará el peor rechazo de su vida.
¿Por qué ese cambio?
Cuando usted era un cristiano tibio no le causaba molestias a nadie, ni siquiera al diablo. No era ni muy pecador ni muy santo. Era simplemente uno de tantos creyentes mediocres, y su vida era tranquila y sin dificultades. Las personas lo aceptaban.
Pero después usted cambió.
Le dio hambre de Cristo, y ya no pudo seguir tomando a la ligera las cosas de Dios. ... entró en una nueva dimensión de discernimiento y comenzó a ver en la iglesia cosas que nunca antes le habían molestado. Empezó a oír en el púlpito cosas que le partieron el corazón... en resumen, se le abrieron los ojos, se volvió quebrantado y contrito de espíritu, y Dios le dio carga por su iglesia.
¿Resultado?
Ahora sus amigos y sus parientes piensan que está loco...
Si ha experimentado eso, no se desaliente:
está en buena compañía.
(Tomado del libro "Tenemos hambre de Cristo" de David Wilkerson)
domingo, 20 de noviembre de 2011
Cristo del Calvario
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
Amén.
miércoles, 30 de marzo de 2011
Vía Crucis: 9ª estación
Jesús cae por tercera vez bajo la Cruz
Novena cruz: La derrota absoluta
Caí también por tercera vez.
Todos pensaron que sería ésta mi derrota final.
Cuando ya estaban convencidos de que no podría seguir, me levanté, tomé la cruz y la llevé hacia el Gólgota.
También lo imposible puede resultar posible.
Llegará el momento en que todos dirán que ya no eres capaz, que ya es tu fin. Incluso tú mismo pensarás que no puedes más. Vendrá el tiempo de tu impotencia absoluta.
El reconocer que no puedes más será el momento de tu absoluta derrota.
¿Te desesperarás entonces? No temas.
También esto es la puerta para encontrarme nuevamente. Me encuentras cuando no puedes contar más contigo. Entonces me llamarás con todo tu corazón y yo te responderé.
Esta cruz consiste en el hecho de perder todo, de estar absolutamente abandonado, en morir, en el hecho de que nadie más te considera o toma en cuenta porque perdió la última esperanza de que todavía resulte algo de ti.
Esta cruz te conduce con más fuerza hacia mí y te capacita para que pueda mandarte donde sea.
¿Aceptarás esta cruz?
No temas porque yo estoy contigo.
Yo, que vencí al mundo.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
Novena cruz: La derrota absoluta
Caí también por tercera vez.
Todos pensaron que sería ésta mi derrota final.
Cuando ya estaban convencidos de que no podría seguir, me levanté, tomé la cruz y la llevé hacia el Gólgota.
También lo imposible puede resultar posible.
Llegará el momento en que todos dirán que ya no eres capaz, que ya es tu fin. Incluso tú mismo pensarás que no puedes más. Vendrá el tiempo de tu impotencia absoluta.
El reconocer que no puedes más será el momento de tu absoluta derrota.
¿Te desesperarás entonces? No temas.
También esto es la puerta para encontrarme nuevamente. Me encuentras cuando no puedes contar más contigo. Entonces me llamarás con todo tu corazón y yo te responderé.
Esta cruz consiste en el hecho de perder todo, de estar absolutamente abandonado, en morir, en el hecho de que nadie más te considera o toma en cuenta porque perdió la última esperanza de que todavía resulte algo de ti.
Esta cruz te conduce con más fuerza hacia mí y te capacita para que pueda mandarte donde sea.
¿Aceptarás esta cruz?
No temas porque yo estoy contigo.
Yo, que vencí al mundo.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
martes, 22 de marzo de 2011
Vía Crucis: 8ª estación
Jesús consuela a las hijas de Jerusalén
Octava cruz: Consolar a aquellos que te consuelan
Las mujeres me escucharon, se encariñaron conmigo y confiaron en mí.
Bendije a sus hijos.
Me miraban con el corazón y no pudieron entender que yo estuviera condenado.
Lloraron. Sintieron que, con esto, fue condenada la vida.
La tristeza se apoderó de ellas y entonces las consolé.
La cruz significa aceptar el sufrimiento, asumirlo y ver en él la liberación.
Ningún dolor es trágico.
La tragedia es la ceguera y la dureza del corazón, es la incapacidad de ver en la muerte también la resurrección, en la enfermedad la curación, en la partida la llegada.
La tragedia es la compasión de sí mismo.
Vences cuando comienzas a consolar a los demás a pesar de que tú mismo necesitas ser consolado.
Entonces llega todo el consuelo para ti desde Dios.
Ten valor para no apoyarte en el consuelo humano sino para buscar la fuerza divina.
Esto vence al mundo. Si bien es el camino de la cruz, es sin embargo el camino a la vida. No te permitas la caída por compasión a ti mismo. Cuando estés herido y consueles en el dolor a los demás, entonces me encontrarás a mí. Abre también esta puerta, pues detrás de ella te estoy esperando yo para que te apoyes en mí.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
miércoles, 16 de febrero de 2011
Vía Crucis 7ª estación
Séptima cruz: Caer nuevamente
Una vez ya caí. Todos esperaban que esta vez resistiera. Sin embargo, ahora caí nuevamente. Sabía que esto entristecería a mi Madre, produciría la burla de mis enemigos, sorprendería y decepcionaría desagradablemente a mis amigos.
Todos se escandalizaron por mi debilidad.
Se preguntaban: ¿Es éste verdaderamente Dios?
Acepté esta cruz.
Mi Padre quiso mostrar que Él es en mí más fuerte que cualquier escándalo.
Cuando caes por primera vez tienes todavía la excusa, pero, cuando eres derrotado por segunda vez, cualquiera puede decirte que eres débil. Quieres resistirte a la cruz, excusarte y justificarte. Pero esto te aparta de mí porque no das testimonio de mí sino de ti y de tu fuerza.
Debes saber que siempre caerás, pero yo te levantaré.
Entonces dirán: mira, alguien lo levantó.
Tu séptima cruz consiste en reconocer que caes.
No temas a la caída sino vuélvete a mí.
Si reconoces bien esta cruz me encontrarás en ella. Esto es derrota corporal pero el triunfo del espíritu.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
jueves, 27 de enero de 2011
Sostén ahora mi fe...
Mis ojos, mis pobres ojos
que acaban de despertar
los hiciste para ver,
no sólo para llorar.
Haz que sepa adivinar
entre las sombras la luz,
que nunca me ciegue el mal
ni olvide que existes tú.
Que, cuando llegue el dolor,
que yo sé que llegará,
no se me enturbie el amor,
ni se me nuble la paz.
Sostén ahora mi fe,
pues, cuando llegue a tu hogar,
con mis ojos te veré
y mi llanto cesará.(Himno de Laudes)
que acaban de despertar
los hiciste para ver,
no sólo para llorar.
Haz que sepa adivinar
entre las sombras la luz,
que nunca me ciegue el mal
ni olvide que existes tú.
Que, cuando llegue el dolor,
que yo sé que llegará,
no se me enturbie el amor,
ni se me nuble la paz.
Sostén ahora mi fe,
pues, cuando llegue a tu hogar,
con mis ojos te veré
y mi llanto cesará.(Himno de Laudes)
lunes, 10 de enero de 2011
Vía Crucis: 6ª estación
Verónica limpia el rostro de Jesús
Sexta cruz: Recibir sin retribuir
Me quitaron todo y todos me abandonaron.
En el camino a la muerte me quedé sólo y sin nada. Entonces llega Verónica y me ofrece un sudario.
¿Sabes cómo me sentí?
Estaba emocionado y agradecido pero no tuve con qué retribuir. Tenía solamente mi dolor y mi sufrimiento.
Esto le di: mi rostro sangrante impreso en el sudario.
Permitir que las personas te hagan un favor, sin que por esto puedas devolvérselo, esto es la cruz.
Ten valor y haz lo que yo hice. Permite a las personas ser serviciales a pesar de que no tengas con que corresponderles. Permite quedarles debiendo. No puedes pagar de otra manera que dándote a ti mismo como pago. Aprende a aceptar los regalos sin retribución, sin comerciar.
Esto es la puerta hacia mí.
Acepta la sensación desagradable de no tener con qué retribuir. Con esto te acercas a mí.
Mi Padre da sin pretender pago. Él es como un manantial que, sin paga da agua clara y pura sin que se agote. Cuando eres así eres hijo de mi Padre.
¿Qué es tu sexta cruz?
Esto: que a Dios no puedes retribuirle su amor de otra manera que siendo como hijo que goza de la bondad de su Padre y Madre.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
lunes, 13 de diciembre de 2010
Vía Crucis: 5ª estación
Simón Cireneo ayuda a Jesús a llevar la Cruz
Quinta cruz: Permite que los demás te ayuden
Todos me pasaron por alto.
Me abandonaron aquellos a los que sané y también mis amigos más cercanos.
Cuando estuve sangrante, herido y conmovido por mi encuentro con mi Madre, esperando atención, obligaron a un hombre a que me ayudara.
Esperaba una ayuda compasiva y amorosa, sin embargo obligaron a Simón a que llevara mi cruz.
Esto es la cruz - cuando no tienes a nadie que se apiade de ti ni que te quiera.
Cuando aceptas esto, me encuentras. Entonces no estás más solo.
Además: ten valor de permitir a otros que te ayuden. También yo lo he permitido a pesar de ser todopoderoso. Permite la posibilidad de que otros sean más fuertes para que te defiendan, de que los necesitas y de que aceptas su ayuda.
Ésta es la cruz de la que no puedes escapar.
Comprende, ésta es la puerta hacia mí.
No te sorprendas si esta cruz se te resiste. "Pues los deseos de la carne están contra el Espíritu y los deseos del Espíritu están contra la carne" (Gál. 5,17).
No olvides, toma tu cruz y sígueme. Nos encontraremos.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
Quinta cruz: Permite que los demás te ayuden
Todos me pasaron por alto.
Me abandonaron aquellos a los que sané y también mis amigos más cercanos.
Cuando estuve sangrante, herido y conmovido por mi encuentro con mi Madre, esperando atención, obligaron a un hombre a que me ayudara.
Esperaba una ayuda compasiva y amorosa, sin embargo obligaron a Simón a que llevara mi cruz.
Esto es la cruz - cuando no tienes a nadie que se apiade de ti ni que te quiera.
Cuando aceptas esto, me encuentras. Entonces no estás más solo.
Además: ten valor de permitir a otros que te ayuden. También yo lo he permitido a pesar de ser todopoderoso. Permite la posibilidad de que otros sean más fuertes para que te defiendan, de que los necesitas y de que aceptas su ayuda.
Ésta es la cruz de la que no puedes escapar.
Comprende, ésta es la puerta hacia mí.
No te sorprendas si esta cruz se te resiste. "Pues los deseos de la carne están contra el Espíritu y los deseos del Espíritu están contra la carne" (Gál. 5,17).
No olvides, toma tu cruz y sígueme. Nos encontraremos.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
domingo, 21 de noviembre de 2010
Vía Crucis: 4ª estación
Jesús se encuentra con su Madre
Cuarta cruz: Entristecer a aquellos que amas
Es imposible no entristecer a los que amas. Podrías evitar el encuentro con tu mamá. ¿Puedes pensar qué significa ver a la persona amada a la cual decepcionaste?
Todas las personas me despreciaron y rechazaron como a un hereje y rufián.
Mi madre sabía todo esto. Vio mi angustia y el dolor de mi alma y me miró profundamente a los ojos.
Esto es la cruz - mirar a los ojos al ser más querido cuando todos se burlan de ti.
Es imposible no decepcionar a las personas que te quieren. No puedes protegerlas de esto.
No rechaces esta cruz.
Cuando reconozcas que entristeciste a tus amigos y a aquellos que te quieren, entonces me encontrarás a mí.
Te duele cuando ves cómo tu caída les produce dolor. Ante mi caída, mi madre comprendió, quién soy. Cuando en ella murió el último deseo de que yo fuera exitoso, su fe brillo con completo resplandor.
Entonces, cuando todo lo bueno en ti haya muerto, encontrarás un amigo, pues te verá sólo a ti. Recibe los escándalos inevitables. Acepta el hecho de que puedes decepcionar.
En esto me encontrarás a mí y a mi Madre.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
jueves, 14 de octubre de 2010
Vía Crucis: 3ª estación
Jesús cae por primera vez bajo la cruz
Tercera cruz: Tener valor en la caída.
Es difícil caer. Todos desean quedar en pie y ganar.
Yo soy Dios, y no obstante soy débil y caigo bajo la cruz.
Todos miraban los milagros que realicé y los admiraban, pero ahora me ven caer, me ven con desprecio y derrotado.
Ten valor de caer y no escondas tu caída sino reconócela. ¡En la tierra no puedes ser diferente! Aquí estás para morir, porque "quien pierda su vida, la encontrará".
¿Por qué temes a tus caídas?
¿Por qué temes mirar a las personas a los ojos cuando estás derrotado, cuando los demás son más sensatos que tú?
¿Por qué tienes miedo cuando te abaten los pecados?
Luchas para parecer bueno a pesar de todo.
Mira, cuando caes, vienes a mí.
¡No temas! La caída no es el fin.
¿Por qué ves tan trágicamente las caídas?
¿De qué te avergüenzas?
La caída te acerca más a mí para que te pueda levantar.
Cuando comprendas que yo también caí, vas a ver en tu caída mi rostro y juntos vamos a ser vencedores de las caídas y pecados. Lo importante es que no te quedes sólo en la caída, sino que vengas a mí.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
Tercera cruz: Tener valor en la caída.
Es difícil caer. Todos desean quedar en pie y ganar.
Yo soy Dios, y no obstante soy débil y caigo bajo la cruz.
Todos miraban los milagros que realicé y los admiraban, pero ahora me ven caer, me ven con desprecio y derrotado.
Ten valor de caer y no escondas tu caída sino reconócela. ¡En la tierra no puedes ser diferente! Aquí estás para morir, porque "quien pierda su vida, la encontrará".
¿Por qué temes a tus caídas?
¿Por qué temes mirar a las personas a los ojos cuando estás derrotado, cuando los demás son más sensatos que tú?
¿Por qué tienes miedo cuando te abaten los pecados?
Luchas para parecer bueno a pesar de todo.
Mira, cuando caes, vienes a mí.
¡No temas! La caída no es el fin.
¿Por qué ves tan trágicamente las caídas?
¿De qué te avergüenzas?
La caída te acerca más a mí para que te pueda levantar.
Cuando comprendas que yo también caí, vas a ver en tu caída mi rostro y juntos vamos a ser vencedores de las caídas y pecados. Lo importante es que no te quedes sólo en la caída, sino que vengas a mí.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
jueves, 16 de septiembre de 2010
Vía Crucis: 2ª estación
Jesús acepta la Cruz
Segunda cruz: aceptar lo cotidiano
Podría haberme defendido o haber exigido que me defiendan.
Podría haber dicho: Soy inocente,¿por qué tendría que padecer?
Sin embargo acepté la cruz sin protestas.
La cruz es cada segundo de la vida. La puedes aceptar o rechazar. Puedes huir de ella o ir a su encuentro.
Yo la acepté.
Ahora sabes dónde puedes encontrarme. Tu fuerza no está en la huida.
¡Cada segundo exige la decisión de dejar lo tuyo para seguirme!
Ésta es la segunda cruz. Pocos la reconocen.
Las personas buscan cruces extraordinarias, pero la cruz está aquí - en la aceptación de lo cotidiano. Por la cruz que aceptas, recibes grandes gracias y tu fe crece como un arroyo en crecida.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Vía Crucis: 1ª estación
Jesús es condenado a muerte.
Primera cruz: aceptar la condena.
Escucha a Jesús que te dice: A mí me juzgaron y condenaron.
Me condenaron los jefes del estado y de la Iglesia junto a la gente que había escuchado mi mensaje; mis amigos - los apóstoles - se dispersaron. Hasta hace poco me agradecían, se entusiasmaban con los milagros, deseaban tocarme y me prometían la lealtad de la amistad.
Ahora se apartan de mí y le exigen a Pilato que me crucifique. Pilato, extranjero en mi tierra, me quiere salvar, pero mis compatriotas lo fuerzan para que me condene.
La gente a tu alrededor, incluso tus mejores amigos te enjuician y condenan. Esto no significa que seas siempre realmente culpable. Debes saber que nunca puedes confiar plenamente en las personas. Solamente en Dios está la certeza y el sostén inquebrantable.
Esta cruz te libera de las personas en las cuales te apoyas y te insta a que te apoyes en mí. Cuando las personas te enjuician debes venir a mi lado, porque también a mí me enjuiciaron y condenaron. No te resistas cuando te enjuician. La condena no puede destruirte. No te deja solo, sino que te conduce hacia mí y te lleva a la gloria.
Esto es una cruz para ti y para mí. ¡No temas!
La condena es tu puerta hacia mí. En la condena injusta me encontrarás a mí y entonces ya nadie más podrá condenarte.
(*) (P. Tomislav Ivancic)
martes, 14 de septiembre de 2010
Sólo Tú Señor...
Primero, una pregunta directa, dirigida al fondo del alma... por alguién que parece conocerte de toda la vida y que en ese momento da el paso y levanta el telón de muchos años de sospechas... y te prepara para peregrinar...
Unos días después todo re-comienza con una sonrisa que te abraza pidiendo permiso... vaya forma de respetar los tiempos, las formas... vaya ternura... cuanta Verdad, en un instante que deseas que no acabe nunca... y todas tus cosas que pasan por la cabeza... todos tus gestos y palabras y tus pensamientos alborotados con ganas de salir de esa prisión que no se salva sinó es con Él... y los caminos marcados, claros y luminosos... hacia la curación... hacia la Luz... y tanto Amor... que bien se estaba allí... que fácil parecía todo...
Y la vuelta... y las ganas, que se empotran en todos los muros y se salen por todas las curvas...
Sin Tí Señor Dios nuestro no somos nada... no podemos nada...
Sólo Tú Señor... sólo Tú altísimo Jesucristo...
sábado, 21 de agosto de 2010
La tienda raída...
[...]
Hace algunos años, en mi retiro anual, me vi sometida a tentaciones terribles y al desaliento. Cada tentación que ustedes puedan pensar, yo las tuve esa noche. Camino a Misa a la mañana siguiente, me sentía abatida y deprimida por los ataques y tentaciones de la noche anterior.
Al enfilarme a recibir la Comunión, hice un acto de fe, dije: “Jesús, yo sé que Te estoy recibiendo, pero me siento tan desalentada, tan destrozada y tan indigna de recibirte.”
Fue así como yo me sentí al comulgar. Al recibir la Hostia Sagrada y volver a mi lugar, recibí una clara imagen de una tienda. Recuerdo haber mirado la tienda y pensar: “Vaya, esa pobre tienda está muy maltratada”. Recuerdo haberla examinado y decir: “Debe haber pasado por una tormenta terrible.”
Al llegar a mi banca y arrodillarme, vi que un hombre entraba en la tienda. Me vi a mí misma en la imagen y cómo le decía yo al hombre: “Oh, no, no puede usted entrar ahí, es un desorden. Está toda estropeada. Tiene agujeros muy grandes.”
El hombre me miró, me sonrió y me dijo: “¿Qué quieres decir con eso? Yo vivo aquí adentro.”
En ese momento, entendí que yo era la tienda raída, que había sido estropeada por las tentaciones a pecar, el desaliento y todas esas cosas que me amenazaron durante la noche. Ahora, Jesús me mostraba que, estropeada y todo, Él seguía haciendo Su morada en mí – y que acababa de venir nuevamente a mí bajo la apariencia de la Sagrada Hostia.
Fue algo muy humillante: ¡nunca había pensado en mí misma como una tienda raída! Luego sentí como si Jesús me llevara de nuevo al interior de la tienda. Lo vi sentarse a Su mesa y también yo me senté frente a Él. Él me tomó ambas manos y me habló desde el otro lado de la mesa.
Mientras me hablaba, yo miraba la tienda y decía: “¡Dios mío, mira nada más esta tienda! ¿Qué pensará la gente? ¡Mira esta tienda en tan mal estado!”
Me disculpé y aparté mis manos de las manos de Jesús. Empujé la silla, me levanté y comencé a reparar los agujeros de la tienda. Yo pensaba: “¿Qué dirá la gente si ve estos agujeros?” Me puse inmediatamente a hacer que la tienda se viera bien ante los ojos de otras personas.
Fue entonces cuando sentí que Jesús, muy gentilmente, me obligaba a sentarme de nuevo, y me decía: “Briege, si te preocupas por esos agujeros y por tu tarea de repararlos, vas a olvidarte de Mí. Pero si te preocupas por Mí, Yo repararé tu tienda.”
Entendí que estaba pasando mucho tiempo preocupándome por las tentaciones y por mis pecados, por cómo les iba a hacer frente y por lo que las demás personas pensaban. El Señor me mostró que la conversión y el arrepentimiento tienen lugar cuando sólo nos preocupamos de Jesús y nos volvemos a Él. Y es que si nos preocupamos de Jesús, automáticamente nos apartamos del pecado. No podemos prestar toda nuestra atención a Jesús y al mismo tiempo volver a pecar.
[...]
Todos tenemos que recordar que cuando pecamos, no debemos obsesionarnos con el pecado y seguir pensando en él, sino volvernos a Jesús. Cuando comenzamos a tratar de complacer a Jesús y vivir por Él, entonces Él cambia nuestra vida.
El Señor me enseñó esta segunda lección usando la imagen de la tienda de campaña.
De nuevo, me encontraba sentada a la mesa con Él. Me asomé fuera de la tienda y vi que personas con muchos problemas, enfermedades y dificultades se acercaban a la tienda. Yo dije: “Señor, tengo que irme, porque todas esas personas me necesitan.” Me levanté de un salto y dije: “Dios mío, ¿pero cómo voy a manejar todos esos problemas, a tantas personas y con tantos problemas?”
Mientras estaba parada a la entrada de la tienda tratando de pensar cómo iba a ayudarlas, de nuevo sentí la mano de Jesús haciéndome regresar a Él. Moviendo su dedo índice me dijo con una pequeña sonrisa: “Ellas no vienen a ti para que les resuelvas sus problemas. Ellas sólo vienen a ti porque Yo vivo en ti. Si te levantas y dices: ‘Tengo que hacerlo’, entonces olvidarás que Yo soy quien sana y quien da la paz. Yo soy quien sana a los enfermos. Lo único que necesito de ti es que seas un instrumento. Así que ahora siéntate y déjame a Mí ir a la puerta.”
[...]
Es cierto. Yo no puedo hacerlo. El día que yo crea que puedo, será porque me he escapado y lo he dejado a Él sentado solo en la mesa, en la tienda raída.
El día que yo trate de hacerlo por mí misma, será un día en que quedaré frustrada y cometeré muchos errores. Será el día en que Briege comience a edificar su propio reino en lugar del Reino del Señor.
(Tomado del libro “Los milagros sí ocurren”, de Sister Briege McKenna.)
Para leer el artículo completo ir a:
http://www.tengoseddeti.org/articulos/temas-de-reflexion/la-tienda-raida/#more-423
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